domingo, 23 de octubre de 2011

CUENTO: El sepulturero y la "Dama de la noche"

Los cuentos siempre han vivido en la mente y en los corazones de los hombres a través del tiempo; este es uno de ellos lleno de misterio y suspenso. He aquí esta historia que de niño llegó a mis oídos.

En el siglo XVII en la ciudad de los reyes (Lima) existía un sepulturero que se dedicaba al hurto; lo peculiar de este ladronzuelo es que no robaba a los vivos; sino, a los muertos. Este sepulturero vivía en un viejo cementerio que existía en las afueras de la ciudad de Lima. Por esos años cuando fallecía alguien, los familiares enterraba a sus difuntos con su mejores trajes y objetos de valor, los entierros los realizaban a partir de las cuatro o cinco de la tarde y el difunto era acompañado por familiares y amigos y un monje que oraba junto a unas señoras “cucufatas” de la época que acompañaban con cánticos funerarios al difundo hasta el santo sepulcro, allí eran recibido por el sepulturero que tenía la costumbre de husmear y luego robar del cadáver todo lo que tenía de valor en su cuerpo; una vez que le ofrendaban los santos óleos; el sepulturero preparaba el hueco para enterrar al muerto, y con ayuda de la masa doliente de gente y un par de palas ayudaban al sepulturero a colocar el cajón al eterno descanso.
Después de unas breves palabras finales del monje, se procedía al entierro del cadáver casi al oscurecer, comenzaban a retirarse la gente. Mientras el rostro del sepulturero se transformaba y con la mirada llena de codiciosa, el sepulturero corría a cerrar las rejas del viejo cementerio y regresar a su cuartucho para tomarse unas copas de pisco y prepararse luego para salir acompañado de una pala y volver donde fue enterrado el difunto. Al localizar el botín conchudamente después de persignarse empezaba excavar sin ningún remordimiento ni temor abrir el cajón y rastrear todas las objetos de valor al “muertito”.
Hurto, volvía a echar la tierra y como si nada hubiera pasado; rápidamente se dirigía a su cuarto dentro del mismo cementerio, para disfrutar de suculento motín que había recogido y observar como desfilaba sobre su mesa anillos, relojes de bolsillo, trajes de tela fina y hasta dientes de oro. La rutina era repetida por años, el sepulturero un hombre de unos 50 años gordo y de aspecto repugnante se convertía así en un asolapado millonario avaro con un tesoro escondido.

Así pasó el tiempo y un día falleció la esposa de un virrey muy importante. El entierro de la dama fue en una tenebrosa tarde, ese día el cielo se oscureció y llovió como nunca, se realizó una misa de cuerpo presente en la iglesía y casi al oscurecer al paso fúnebre, pasaron a enterrarla. A consecuencia de la lluvia, el entierro se aceleró y mientras la difunta era enterrada, el sepulturero creyó hacer el negocio de su vida al

observar la mano de la difunta, los ojos del sepulturero parecían salirse por la impresión al observar que en la mano izquierda del dedo de la dama había un hermoso brillante de oro y diamante regalo que recibió del mismo rey de España. Su esposo; el Virrey quiso que así la enterraran, con su mejor vestido de seda de color negro y todas sus valiosas joyas y en un ataúd de primera categoría que el virrey no dudó en brindar a su esposa tal honores.


La lluvia era cada vez más fuerte y los duques, gente de la clase noble y amigos que acompañaron a la difunta se fueron retirando del campo santo y pronto el sepulturero al encontrarse solo, comenzó a babear de tanta ambición que le despertaba a la vez que pensaba en su maquiavélica mente el ansiado motín.
Esta vez iba a ser su último horroroso trabajo, ya había guardado lo suficiente los últimos 10 años


Luego se retiró a su cuarto hacer tiempo; los minutos pasaban y el sepulturero se impacientaba procediendo a alistar el saco y la pala. Arribada la hora, el sepulturero se dirigió por el camino desordenado del cementerio, atropellando las diferentes tumbas que a su paso encontraba, pronto dio con la fresca tumba y con ansiedad comenzó a excavar y excavar sobre ella hasta que sintió la dureza de la madera, rápidamente botó la pala y con un diablo, abrió el cajón y con desesperación procedió a recoger todo lo valioso que encontró; traje fino, collares de perlas y al tratar de sacar lo más valioso, el anillo de oro y diamante, este no salía de su dedo, el sepulturero insistió y jalaba y jalaba y el anillo no salía, tal fue la desesperación del sepulturero

que agarró un cuchillo y corto el dedo de la dama para llevarse el anillo dedo y todo, por la fuerte lluvia y la desesperada ambición de te tener en su manos el anillo se le había olvidado de enterrar nuevamente a la difunta y corrió con todo lo valioso, llegó a su cuarto y allí se encerró. Ya más calmado se sirvió una taza de café y observaba la valiosa joya, cuando de pronto escuchó unos golpes en la puerta, ¿quién será a esta hora ? Dijo extrañado; cuando abrió encontró a una mujer empapado por la torrencial lluvia. ¿Qué hace por aquí señora? Preguntó el sepulturero.
-Por lo que veo Ud. no es de aquí; ¿no sabe que este es un cementerio?. Preguntó el sepulturero, mientras la invitaba a entrar; la mujer vestida de negro y envuelto por un velo en su rostro. La dama de la noche,


obedeció guardando silencio, el sepulturero intentó ser amable y el procedió a decirle
¿señora le puedo servir una taza de café¬?
Ella no contestaba, solo lo miraba y ambos bebieron el café, el tocar de las campanas de la iglesia se dejó escuchar doce veces, eran la media noche y un fuerte escalofrío recorrió el cuerpo del sepulturero ante la mirada penetrante de la misteriosa mujer, pero, más escalofriante fue cuando al toma la taza de café, a la mujer le faltaba un dedo, el sepulturero luego de pararse asustado, un escalofriante cosquilleo recorrió su cuerpo y le preguntó: _¿Señora, le falta un dedo en su manooo!!_Y parándose también la dama y señalándolo ,con voz sepulcral le contestó…
¡SI TU TE LO TIENES !!!

Casi al instante el sepulturero reconoció a la mujer, era la misma que había sepultado y cortado el dedo y salió despavorido, corrió y corrió por doquier y a cada paso caía y caía. La noche era oscura y barrosa, Las campanas volvieron a sonar y apagaron en grito de terror de un hombre acostumbrado a vivir con los muertos, los fuertes rayos y relámpagos, iluminaron la escena escalofriante, pocos minutos después la natura calló, el silencio sepulcral volvió a reinar en el camposanto. Por la mañana dos cuerpos fue encontrado por algunas personas que visitaban a sus familiares, el sepulturero fue hallado en el hoyo cavado por él encima del cajón del fresco cadáver de “la dama de la noche”.


FIN
Perseo.

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