viernes, 4 de noviembre de 2011

LA HISTORIA DEL TUKAPEL

HISTORIA DEL TUKAPEL

Mientras las aguas serenas y quietas del pacífico brindaban a la pequeña villa las olas más dóciles y  agonizantes que  sucumbían  en la  arena y piedras del límite costanero del pueblo camanejo.

Muy temprano el amanecer  abría los campos  y  pequeños caminos que principiaban a ser transitados por  los lugareños que, en sus quehaceres cotidianos arreaban el ganado, borricos y algunas otras bestias de carga. El  verde colorido extendía  los  sembríos de productos de panllevar; papas, camotes, caña de azúcar, olivos y árboles frutales  flameaban por los vientos del sur que recorren el ancho vegetal de la villa contando con poco menos de un ciento de  rústicas casas repartidas por doquier  en el valle.

El primer puerto de  La Deheza  bañado por aguas marinas confundían su resoplido estruendo  con en chillido de las gaviotas, pelícanos y pájaros marinos que,  revoloteaban hambrientos  esperando que el amplio mar les brinde como cada mañana el alimento natural.

La vida  en el mar es dura, los pescadores embisten a diario sus olas para cosechar el alimento afrodisíaco, los botes y bolicheras en arduo trabajo afrontan el peligro  de  las aguas cada noche cada día de su existencia.

Para algunas embarcación no muy lejanas mar afuera, la pesca había empezado y la aproximación del invierno también.

Aquella mañana una lancha descansaba bajo dos ruedas en la parte trasera de un viejo yip después de haber cumplido su función mientras dos hileras aparecían en la orilla,  jalada por membrudos  hombres que, haciendo fuerza no dejaba escapar la  inmensa red que recogía en ella la sustancia divina de  abundantes peces.
 Los grito de  júbilo no se  hacían esperan en exclamaciones de hurras y “carajeadas”  guapeando a la gente el más experimentado de los   hombres, un viejo cincuentón  de semblante arisco y semidesnudo asumiendo el liderazgo.

-Jale!!! Jalen!!!  - decía:
-Fuerza …mas fuerza..más fuerza carajooo!!!
Vociferaba  al observar como poco a poco emergía  la red  cargada de  bonitos, cojinovas, lenguados y otras variedades de múltiples peces.

-Aguanten ahoraaa!...ahora jalen pero más despacio-
 La carga es grande… no vaya a romperse la red...
- ¡hurra!...!!!Hurra!!! -
La respuesta de  las demás personas  volvía la  algarabía al observan la apetitosa carga.
 -¡¡¡Eso se merece un “guen” piscooo!!!
 Gritaba por allí el más larguirucho del grupo que apenas lograba brotar palabra alguna de su boca taconeado  de “hojas de  coca”
¡Primo, mirá por allá…dijo uno de los hombres a sus compañeros;  -parece ser dos lobos, “augurita” nos rompe la red …
¡No creo, ya se van ! contradijo su compañero tratando de distinguir en aquella fría mañana a dos animalitos marinos que se retiraban ante la cercanía de la orilla.-Bueno, ya la carga está cerca sigamos jalando continuó diciendo-
Pronto en la orilla se dejó ver la red y el inmenso apetitoso plato natural.
¡Ja, ja, ja, ja! Reían de buena gana; de pronto sus  ojos curiosearon mar  adentro ante el sonido ronco  de un sirena martillaban sus oídos ante la aparición fantasmal de un inmenso buque  que como un pez sorteaba  las aguas camanejas.
-¡Miren!! Volvió a gritar señalando adentro del mar el más larguirucho de los hombres ¡!!un barco…es un barco!!!
¡Claro que es un barco!... Respondió el viejo pescador sin inmutarse y  prosiguiendo  hablando:
-Aquél barco es el Tukapel…  de ves en cuando tengo la suerte de verlo tan cerca, y hoy es un día  de ellos; obsérvenlo…! ese si es un barco de verda´!
-¡Ohhh!  Mirá que grande…envidiaría por abordarlo- comentó con verdadero asombro uno de ellos.

El reducido grupo de pescadores veían con beneplácito aquella madrugada  aquél vapor que, con su constante sonido abría el promisorio  amanecer; Insuficientes fueron los minutos que enmudecidos los pescadores quedaban y esforzaban su vista  para  divisarlo. Los hombres frotaban sus ojos como cual se limpia los vinculares para ver mejor, solo observaban  las luces que denotaba de sus pequeñas ventanas y brillaban como estrellas del alba, de sus dos chimeneas  emana  nubes grises que se desvanecía en el cielo. Impregnada la sensación de mirar a  un medio de transporte dentro del mar causó mucha curiosidad aunque muchos habían escuchado del gran Tucapel acercarse a nuestras costas cada cierto tiempo.
 Minutos después, los humildes pescadores  anonadados con ojos agrandados vieron desaparecer el vapor que, como un espejismo se esfumaba perdiéndose  a la distancia.

El centenar aleteo de los pescados rompió la mudez y los volvió a su real momento, cuando se escucho de nuevo la voz del viejo pescador exclamar:
-Bien muchachos, continuemos con la faena, los pescados nos esperan-
 No sin antes lanzar un profundo  suspiro y con admirada actitud ver en el inmenso  mar la dispersa neblina de la mañana.

¿Pero por qué tanta admiración a aquél  monstruo acorazado que, cada cierto tiempo visitaba las aguas camanejas por las cercanía del litoral?



EL TUKAPEL

Data del siglo XVIII, cuando los medios de transportes no desarrollaban aún y la industria  automotriz  era  rudimentaria. En América las  personas utilizaban carretas jaladas por caballos, burros, mulas y otros animales de carga, como  único medio para transportarse de un lugar a otro recorriendo antiguos caminos de los inca y arrieros  caminaban en grupos gente de diferentes lugares que,  luego de  aventuras, contratiempo y largos días de camino, llegaban  a su destino uniendo cada vez más los pueblos de América.

Fue la industria europea que, desarrolló el dominio del transporte marítimo. Así empezó a poblarse esta tierra con nuevos puertos y muchos barcos. Las grandes empresas comenzaron abrir el mercado en las aparentes y tranquilas aguas marinas que bañan nuestro litoral.

Por el año  de 1900. La compañía sudamericana de vapores  de Chile; implementó su flota comprando barcos a vapor comandada por el majestuoso Tucapel; moderna nave de cuerpo de acero, construida  en  Glasgow (Inglaterra). Nave de primera clase para la  época que, capitaneaba   una  ruta en escala por los diferentes puertos de los vecinos países de  Panamá, Ecuador, Perú y Chile.
 El nombre del imponente barco Tucapel, procede de una comuna  cerca del río Malleco, ubicada en la Provincia de Biobío (Chile). Memorable lugar de la heroica batalla, conocido como el desastre de Tucapel enfrentado entre los mapochinos liderados por Lautaro y los españoles liderados por Pedro Valdivia en el año de 1553. Resultando una derrota  para los españoles  y la captura y muerte de  Valdivia.
A memoria de esta insigne batalla el acerado vapor de transporte, adoptó ese nombre. Este vehículo flotador destinado a navegar por las aguas marinas. Medía 94 metros de escola. 13,5 de manga y 6 de puntal, Apuntaba al cielo  3 mástiles. Esta moderna nave, adornada de  madera de fuerte roble y caoba; en la sala de máquinas  tres  calderas cilíndricas posibilitaban la producción de vapor a alta presión y producía hasta 20.000 caballos de vapor y  la superestructura de dos chimeneas de metal fino destinadas a alojar las tuberías de escape de motores, turbinas y calderas.
El  4 de Setiembre  naufragó el Tucapel después de hacer escala en los puertos de Tambo de Mora, Pisco y Chala; luego así frustrarse su recorrido a puertos Chilenos. El  seguro barco no pudo  con la naturaleza y luchó infructuosamente  su más grande duelo por vencer al mar y ganó la gloria cuando el acorazado se  hundió con su capitán y muchos de sus tripulantes. El recuerdo de lo impredecible contrasta lo infalible; solo Dios decide si morir o vivir y muchos  adhirieron la distancia entre el mar y el cielo, entre las profundidades y la lejanía  del firmamento.

Es esta una historia de acontecimientos marcados por el destino que, tuvieron que vivir los tripulantes de un barco llamado TUKAPEL que, por  muchos años realizó múltiples viajes  por las costas marinas sudamericanas siendo este su más grande desafío que tuvo que resistir en el mar supuestamente pacífico, partiendo de hechos verídicos.  El autor como un testigo sereno describe  el posible y escalofriante momento jamás vista ni narrada por escritor alguno. Historia real llena de  angustia, temeridad, turbación, amor y sobre todo de solidaridad que guardan los seres humanos en momentos como estos, en donde no les importó el idioma, la nacionalidad ni las razas; les importaba los sentimientos de solidaridad que, en muchas horas de zozobra reinó en el desdichado gentío floreciendo el derecho y estima a la vida y  ofrecerla si aún fuera la suya por salvar a un semejante.


He aquí el inicio de esta escalofriante novela…



VIAJE A LA ETERNIDAD

El silbido presencial vibraba desafiando los aires frescos anunciando la presencia  del imponente barco que abría  surcos cortante con su delineada proa en las aguas del pacífico. Aparecía  desde un minúsculo punto mar afuera hasta mostrar su  altivez figura en algún  puerto cuando las luces del cielo abrasaban  un amanecer  o asomaba a veces en un atardecer.
El sol  rendía  sus rayos ante los pies del “monstruo” acerado. Su señorial presencia era asemejada a la caballerosidad del “Huascar” y a la intrepidez de la “Esmeralda”. Las aguas  se domesticaban y sincronizaban su vaivén capaz de volver celoso hasta al mismísimo “Poseidón” Dios mitológico de tan admirado medio de transporte.

Aún no era primavera, pero aquellos días el cielo  tornaba  tonos azules y blancas  nubes que descansaban tranquilas ante la quietud de los vientos. Abajo la impermeable  envoltura del barco de color negro, contrastaba toda su biosfera paisajista.

El Tucapel, ya había recorrido parte de su acostumbrado traslado por el mar transportando a los viajantes  proveniente  de Panamá  a Guayaquil y continuar al primer puerto de Sudamérica; el Callao.

Para  el capitán Federico Collins. Hombre de personalidad severa;   y experimentado marino Inglés, eran días de rutina. Este elegante marino, vestido íntegramente de azul, llevaba ya algunos años en el Tucapel;  muy conocido  en puertos peruanos  (sobre todo en el Callao); había sido invitado por la compañía Chilena para monitorear y guiar el barco  confiando en sus correctos años de servicio en la marina Inglesa.

Era medio día del 31 agosto del año de  1911. Cuando el Tucapel visionaba su  presencia en  el Callao.

¡¡¡Tuuuuuuuu! Tuuuuuuuu!!!
¡Miren! Alli ya viene el Tukcapel!  ¡¡Hurra!! Gritaban los niños con algarabía  cerca del muelle, mientras los padres  aprisionaban  sus manitas que ante tal emoción trataban de librarse para ver más cerca el admirado barco. El silbido cada vez más fuerte llegaba a los oídos de los chalacos y limeños, que esperaban ávidos a sus familiares o amigos que llegaban de Guayaquil y Panamá, o de otros viajeros que pronto embarcaría para  los poblados peruanos y chilenos.

Mientras los pasajeros se prestaban a abandonar  los camarotes

El  grito del portavoz del puerto desde lo alto de  una cabina azul situada en una  habitación de madera cerca del muelle, notificaba al gentío desde un megáfono la llegada del Tucapel que, a la distancia surcaba el mar para abordar a tierra. Los pasajeros anhelosos saludaban a la multitud que los esperaban sonreían y en sus ojos algunos enjuagaban algunas lágrimas y esbozaban muecas de júbilo, recorrían con la mirada todo el puerto tratando de reconocer a alguien que los esperaban con pañuelo blancos que, como pequeñas banderas los agitaban y meneaban con sus manos bordeando en el muelle. En cubierta los niños eran los más felices  que, trepados en los barrotes de las barandas del barco trataban de  aprehender unas gaviotas que merodeaban a los alrededores.
 Presto a  abarloar en el muelle y soltar el ancla  el grito del Capitán vociferaba  a través del  perifoneo con voz franca y característico acento Inglés

¡¡Echarrr anclasss!!

Una gruesa cadena aferrada a una pesada ancla era girada e introducida al fondo. El timonel, oficial Manuel Agüero encargado del mando de los controles de navegación en toda la ruta, observaba al primer piloto de nombre Arturo Papalli que con pericia  concluía el  largo viaje; sus manos había dejado la rueda del timón circular de fino charol después de muchas horas de recorrido incesante, proyectando en su rostro una sonrisa tranquilizadora y cansada.
El Capitán bajó de la cabina de mando y acercándose al piloto exclamó con exaltada alegría expresada en una sonrisa.

-Muy bien Arturo; no has traído como si viniéramos sobre una pluma; ha sido un bonito viaje; puede descansar unas horas antes de volver a partir-

-Como buen marino Español, es mi deber… además, manejar el Tucapel;  siempre  será  un honor Capitán- exclamó Papalli satisfecho de su trabajo inclinando su cuerpo  en un movimiento a paso de torero.

Volviéndose el Capitán  con la vista al muelle, alcanzó ver a un joven conocido en para la tripulación…¡¡¡Mire en el muelle Oficial!!!
Con los brazos en alto percibieron la delgada figura de un adolescente
 saludando la llegada.
-¡¡¡AAhhh!! Es el jovenzuelo basuelo Pérez, cuando no… como quiere al tukapel, con que ansias lo espera cada vez que llegamos al Callao-
 Concluyó diciendo el oficial Papalli-

-Conocí a su padre, el también trabajaba en el puerto, hasta que un día murió de una desconocida enfermedad, era un buen hombre y él un buen estudiante.

-Es cierto, -acotó el oficial  Papalli- es estudiante de Filosofía  y Artes en el Colegio Superior de San Carlos. Con el trabajo de estibador paga sus estudios dijo con admiración.-



Tocándose los bigotes, el Capitán le comentó
-hace unos meses prometí premiarlo  con un viaje al sur, creo que ha llegado la hora, hablaré con su Madre Josefina al oscurecer…
Después de un corto silencio, el capitán exclamó.
-¡Bien, el trabajo me espera, ud. descanse Oficial- concluyó  con un saludo militar.

Ya en cubierta el capitán inclinando el cuerpo con la vista arriba  vociferaba al Oficial Manuel Agüero que se encontraba en el mando de controles diciéndole:
¡Oficial Agüerooo!..
-¿Si mi capitán!-Le contestó  casi al instante a través del cristal atento a las indicaciones.   

-No se olviden del informe  de ruta de Guayaquil al Callao-

-No me olvido Capitán Colling; lo tendré listo en una hora- le contestó el  oficial Agüero con  un movimiento de cabeza

-Bien…bien- …y volviendo la vista a cubierta, volvió con las órdenes.
 -Hay que asegurar el barcoo…¡¡¡Aten los cabos!!!-

Grito nuevamente el Capitán Colling mientras el  marino de apellido Tagle desde el vapor  se aprestaba a lanzar hacia abajo una gruesa  soga de fibra para asegurar el barco en el espigón del muelle apoyado por un trabajador  del puerto  disponiéndose junto Roselo a recibirla  para unirla al cabo del muelle.

-¡¡¡Bajen las escalas!!!  ¡¡¡Bajen por allíií!!!-  volvió a gritar el Capitán a la vez que arengaba invitando a los pasajeros a bajar. Pronto se apiñaron los marinos Carlos Fernández y Manuel Carrillo y  con una polea deslizaban un armazón de madera en forma de escalera que  utilizaban de puente entre el barco y el muelle para desembarcar.

Las personas que había llegado a su destino y viajaron en cubierta, tenían ya su equipaje listo en mano y ansiosos buscaban el camino para desembarcar; los pasajeros que viajaron en  primera clase volvían a sus camarotes a recoger su equipaje preparado para el desembarque. Un gran número divisaba a sus familiares mientras que se  despedían de los amigos que conocieron  en el  viaje culminando en  fuertes abrazos y promesas de volverse a encontrar; el mar un día quizá les daría una nueva oportunidad para vivir otra aventura de viaje sobre el espacioso líquido.

-¡Capitán...Capitán!- Vociferaba una señora de sombrero de copa alta que había compartido el viaje desde Guayaquil antes de bajar se le acercó  y muy emocionada le proporcionó un abrazo y  le dijo:

-He disfrutado el viaje Capitán, vivo en Guayaquil, he venido desde muy  lejos a visitar aquí a Lima a una prima, espero volver a verlo a mi retorno Capitán- le dijo  con cierta coquetería- luego mirando a los marinos concluyó diciendo:
-Todos han sido muy atentos conmigo; les estoy muy agradecida. Adiós  amigos-

-Ha sido un honor servirla Miss- le contestó sonriente.

Así se fueron despidiendo los pasajeros que abandonaban el barco y poco a poco quedaba semi vacío, algunos otros prolongaría el viaje hacia el sur que partiría al día  siguiente, también descendieron para aprovechar la tarde y conocer el puerto bravo y la ciudad de Lima, otros aprovechaban a visitar algún familiar, mientras esperaban el reinicio del viaje del bien ganado descanso del Tukapel ante de emprender al puerto de Valparaíso.

Pronto subió al vapor a recibir a la tripulación,  el Doctor  César Maradiegue. Natural de Cajamarca, descendiente  de una distinguida familia. Médico de profesión y encargado de la dirección de salubridad en la tripulación  de controles sanitarios de los productos de toda la flota  de la compañía Sudamérica  así como salvaguardar cualquier emergencia. Siendo además  un viejo y compañero amigo del capitán desde hace unos tres  años compartían los viajes y aventuras  en el Tukapel y está vez lo acompañaría hasta Valparaíso.
-¡Capitán bienvenido  a la Ciudad de los Reyes!- le dijo, a la vez que le extendía un fuerte apretón de manos-
Muchas gracias Doctor Maradiegue, usted siempre tan amable.
-Es un honor recibir al Tukapel en este puerto Capitán- le contestó el doctor con educado trato y continuó diciendo:
- y si me permite Capitán, sus marinos ya van a  retirar la carga de las bodegas, iré a examinar los productos-
-Adelante doctor, el barco es todo suyo- concluyó diciendo el Capitán dejando escapar una ligera sonrisa en  su rostro-

La rutina de cada desembarque y el cuidado  de los oficiales encargados de retirar toneladas de bultos del almacén apoyados por  los estibadores, la carga de comestibles y materia prima traída del Ecuador eran retirados y transportado en  carretas jalados por bestias de carga. El comercio era el pan de cada día de los pueblos hermanos. Por otro lado   la limpieza y aseo de la cubierta, camarotes, cabinas y sobre todo  revisar la sala de máquinas encargados  los eficientes maquinistas; el  carbonero  Juan Matamala, Alfredo Gonzáles y Segundo  Torrejón Le la misma manera los carboneros Serapio Sepúlveda y José Hinostroza; retiraban los residuos del carbón utilizado en el viaje.
Lo propio hacía el cantinero Cayetano Rojas y en la limpieza de los camarotes Anselmo Vergara.
Después de algunas horas;
 -¡misión cumplida…! Gritaba  el marino de nombre Rosendo Alarcón,
El capitán observaba desde lo alto de mando como culminaba el trabajo de  limpieza y abandono de las personas, algunos animales y encomiendas.
¡ Oficial Manuel Agüero…¿todo en orden?
-Así es mi capitán ya revisé la cubierta los camarotes y el almacén y todo en orden…

Bien, reúna a toda la tripulación y tome lista. Luego descansen, si alguien desea salir a visitar un familiar o pasear, que se acerque y converse conmigo..Eso es todo-
-Si, mi capitán, a la orden culmino diciendo  Manuel Agüero-
 La tarde escondía sus últimos rayos de luz, mientras pocas personas  que iban a continuar el viaje por el sur merodeaban por la cubierta y algunos otros se mantenían en los camarotes. La continuación del viaje se daría el siguiente día viernes.
¡Capitán..capitán! gritaba Arturo Papalli quien junto al segundo piloto Pablo Luzuriaga y el cantinero de  apellido Cayetano Rojas se aprestaron a conversar  con el capitán en el instante que se prestaba prestaban subir a una carroza junto a Roselo  que le servía como medio de transporte para trasladarse al hogar del joven estibador

 -Por favor capitán Colling- dijo Papalli;  es nuestro descanso y mañana volvemos al trabajo, nos gustaría que nos de la noche  para conocer lo hermoso que es Lima y visitar  a unos amigo-
-Los entiendo dijo el Capitán, tendrán el permiso  con la condición de presentarse muy temprano…¡ahh! Añadió diciendo y cuidado con emborracharse mucho.

No se preocupe capitán están conmigo- exclamó sonriendo el cantinero  Cayetano Rojas.
-Por eso les digo …concluyó diciendo el capitán y procedió subirse a la carreta junto a Roselo mientras todos rieron de buena gana.
-¡Ja-ja-ja-ja! Suerte capitán y hasta la vista se despedían mientras la carreta avanzaba por las calles  del Callao.
Pronto llegaron  a la casa de Rosendo ya que por el trabajo de la madre y de Rosendo , vivían cerca del puerto. Bajaron de la carroza y y Rosendo procedío a tocar la puerta.
-toc-toc-toc-
-¿Siii, quién es?  Se dejó escuchar una voz femenina y cansada por la  jornada del día.
-Soy yo mamá. Abre la puerta, tenemos visita- exclamó Roselo, la calle  estaba semi oscura, en el batiente de la casa  un viejo faro de fierro alumbraba muy tenuemente…

ESTA HISTORIA CONTINUARÁ…


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